Uno de los males más comunes en la sociedad es la falta de tiempo. Mientras que antes éramos esclavos o vasallos del señor feudal de turno, ahora somos sirvientes de nuestras ambiciones internas y esclavos del reloj: Tememos desperdiciar nuestra vida, sufrimos de FOMO o nos ponemos nerviosos si hemos de esperar demasiado tiempo al metro de turno. Paradójicamente, estas prisas se combinan con un mayor consumo de «entretenimiento» y uso de redes sociales, aplicaciones diseñadas exactamente para atraparnos en esta adicción no tóxica.
Estos dos problemas crean una tormenta perfecta: la mayoría del tiempo vamos con la lengua fuera, mientras que dedicamos los momentos de calma delante de una pantalla. De esta manera, los días pasan evadiéndonos durante el tiempo que no estamos trabajando.
Del bucle a la masa
Por otro lado, si retrocedemos la vista atrás unos cien años, a inicios de siglo, podemos observar que la industrialización creó la clase obrera, también llamada proletaria. Este nombre no es baladí, ya que el proletariado eran aquellas personas que solo tenían tiempo para trabajar y cuidar de sus hijos. De esta manera, con tantos quehaceres, difícilmente podrían tener energía para salir del bucle.
Volviendo al presente, y aplicando un poco de mala fe, podemos pensar que hemos sustituido la crianza de los hijos por la crianza de nuestros likes. Así, nos falta tiempo y energía para levantar la vista del día a día y pararnos a pensar en profundidad. Por otro lado, la industria del entretenimiento, tan poderosa ella, nos ofrece un abanico tan amplio de tentaciones que es muy difícil salir de él.
Esto, según Ortega, nos convierte en masa: una masa informe de personas sin rostro que se mueven por sus instintos más primarios y siguen al líder de turno, ya que no tienen tiempo para formar un criterio propio basado en la reflexión, la comparación y la defensa de las ideas. Por ejemplo, justo el otro día escuchaba que en nuestro país existía un amplio porcentaje de personas que podrían considerarse analfabetos funcionales.
Corre, trabaja, cuida de tus hijos o tus likes, y repite. Así se nos escapa la vida. De ahí que la ansiedad, la depresión y la salud mental en general sea una de las epidemias más diseminadas por el mundo occidental, epidemia que todos, en mayor o menor medida, sufrimos, incluido un servidor.
Salir del bucle
En mi caso, la gota que colmó el vaso fue plantearme ir corriendo al gimnasio para tardar menos y aprovechar y llegar con el calentamiento hecho. A partir de la tercera o cuarta vez que lo hice, algo en mi hizo click y las cosas empezaron a cambiar. Primera modificación: Sustituir la práctica en el gimnasio por práctica de YOGA. Quiero creer que esta pequeña decisión, cual piedra que inicia una avalancha, provocó otros efectos secundarios, empezando por tener un espacio de tranquilidad en la vorágine y el estrés del día a día.
La práctica de yoga va mucho más allá de ejercitar con los asanas de turno. Evidentemente, si se hacen con consciencia, estos asanas permiten mantener el cuerpo físico en buen estado, aunque ese no sea su fin último. Durante el tiempo que llevo practicando, he observado que estas prácticas, van mucho más allá de lo físico, alcanzando un plano cognitivo y psicológico. De esta manera, por muy acelerado que vaya durante el día, estas sesiones permiten hacer un alto y desconectar cuerpo y mente. Una de las consecuencias de este cambio de mentalidad fue que volví a empezar a leer ensayo y filosofía de forma recurrente, cosa que no hacía desde hacía más de 20 años.
Una de las últimas prácticas que he hecho ha sido una Sadhana Japa. Durante cuarenta días hemos repetido un mantra muchas veces veces observando un punto fijo como una vela, rodeada de un altar formado por símbolos para mi importantes. Tanto el contenido del altar como la forma y el color de la vela son indiferentes, ya que son un medio para un fin: La construcción de un simbolismo que permita crear un espacio íntimo, o una burbuja, que permita hacer esta práctica de forma segura y ordenada, ajena al mundo exterior.

Fuera del bucle
Durante la práctica, teníamos que observar los pensamientos y emociones para explorarlos desde la distancia y dejarlos ir tal y como vinieron. Los primeros días mi mente protestaba preguntándose el motivo y la razón de esta pérdida de tiempo sin hacer nada productivo, o más bien haciendo una no-actividad.
A los pocos días, cuando la práctica y la rutina se establecieron, encontré paralelismos con la ruta del Camino de Santiago. Finalmente, durante los últimos días, la mente me llevó a explorar conceptos filosóficos, desde Platón, Epicuro y Diógenes de Sinope hasta Hariri y Byung-Chul Han, pasando por el ya mencionado Ortega y Gasset y el Bahavad Guita y Friedrich Nietzsche.
Este espacio, y el poso de esta práctica, me permitió explorar estas ideas, unir puntos y encontrar diferencias. De ahí, pasé a las teorías Jungianas del subconsciente, el poder de los símbolos y su relación con las diferentes mitologías o religiones. Aún considerando la fuerza y verdad del concepto del «opio del pueblo», uno de los puntos en común que observé es que, en muchas de ellas, existían ciertos rituales en los que el devoto tenía que ejercitar la voluntad: Desde los ayunos en Cuaresma o Ramadán hasta sesiones como esta Sadhana Japa. Incluso de las cenizas de la muerte del Dios de Nietzsche surge la idea del superhombre, representado como aquel que pasa de ser un camello a un león, y de ahí, a un niño que lo ve todo por primera vez y actúa desde el desapego más absoluto por los conceptos morales dominantes del bien y del mal.
De esta manera, una vez terminada esta práctica, he decidido seguirla ya que he visto que se ha convertido en una especie de rebelión ante la tiranía del reloj y la hiperactividad constante. Más que una renuncia, es un acto de equilibrio en el que me doy el permiso de simplemente ser.
Hablando sin hablar
Al menos personalmente, noto que este espacio me permite abrir un canal de comunicación entre la consciencia y el subconsciente, encontrando un espacio que deja que las ideas florezcan y se organicen los pensamientos. De hecho, y al menos desde mi experiencia, he notado varios cambios en mi manera de enfocar el día. Desde un punto de vista laboral me siento menos cansado y más productivo. Por otro lado, a nivel personal noto que soy capaz de acercarme y dialogar un poco con eso que se puede llamar “esencia interior”, “alma” o “subconsciente”. Estos pequeños diálogos me ayudan a entenderme, vivir y sentir respecto a mis valores.
No importa si tu pausa es una Sadhana o escuchar el redoble de un tambor, un paseo sin destino, o unos minutos de silencio frente a una vela encendida. Lo importante es que te permitas detenerte. Porque, en un mundo que mide el éxito en términos de velocidad y productividad, detenerse se convierte en un acto de valentía.
Ortega tenía razón: sin tiempo para reflexionar, nos arriesgamos a perdernos en la masa, desprovistos de un criterio propio. Pero al detenernos, aunque sea por un instante, podemos recuperar nuestra voz, nuestra dirección, y nuestra esencia.
Por eso, te invito a desafiar la corriente: Haz una pausa hoy. Tal vez no cambies el mundo, pero recuperarás el tuyo.